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EL RINCON DE CHENCHO: "Watergate" Por D. Inocencio Arias

EL RINCON DE CHENCHO:  "Watergate" Por D. Inocencio Arias En fechas en que en España surge la polémica sobre la extraña vigilancia al presidente de Endesa tiene interés recordar —hoy hace precisamente 35 años que estalló— el escándalo del Watergate. Un caso de escuchas ilegales que forzaría un año y pico más tarde al presidente Nixon a dimitir.

Nixon, que ha pasado a la historia como el estadista que revolucionó la política exterior de Estados Unidos, siendo republicano estableció las relaciones con la China de Mao, firmó la paz en Vietnam, etc., no era precisamente una persona escrupulosa a la hora de combatir a sus enemigos políticos. Creó una oficina, pagada con fondos privados, ilegal en Estados Unidos, para vigilar a sus adversarios, Edward Kennedy, por ejemplo, porque creía que sería su contrincante en la reelección, sembrar el caos en los eventos del partido demócrata, robar fichas médicas de funcionarios sospechosos de haber filtrado noticias a la prensa (Ellsberg en el “caso de los papeles del Pentágono”), etc.

Los atracadores del edificio Watergate, sede del Comité nacional demócrata, entre otras misiones, tenían que colocar un micrófono en el teléfono del presidente de ese partido, O’Brien. Los asaltantes eran bastante chapuceros. Necesitaron cuatro ocasiones para lograr su intento y en la última fueron descubiertos por el servicio de vigilancia. Aunque habían sido enviados nada menos que por John Mitchell, antiguo fiscal general del Estado y presidente del comité de reelección de Nixon, la paternidad de la tropelía no fue conocida inmediatamente. Durante los meses siguientes, Nixon y su equipo pudieron hacerse la ilusión de que el tema se esfumaría. La constancia de dos periodistas del Washington Post, Berstein y Woodward, entre otras cosas, mantuvo el asunto en un cierto candelero. Por fin, el Congreso y un comité independiente (Ervin) que el propio Nixon se vio obligado a nombrar desenterraron parsimoniosamente toda la podredumbre del asunto. La posibilidad de que el presidente fuera incapacitado (impeached) era una inminente realidad. “Presidente, sólo cuenta con los votos de diez senadores, yo mismo, entre ellos, estoy dudando”, le diría el otrora fiel republicano Goldwater. Nixon, hecho insólito, dimitiría.

La crisis del Watergate debilitó la presidencia de Nixon y distrajo al presidente. En plena guerra árabe-israelí del Yom Kippur, cuando existía el peligro de que Estados Unidos y la URSS fueran arrastrados a la misma, Nixon, obseso con Watergate, dejó las riendas del asunto a Kissinger, que tomó decisiones propias del presidente y que sería implacable con él en sus comentarios (grabados): “Este loco cabrón nos metió en un buen lío con los rusos”.

En palabras de la historiadora Elizabeth Drew, “el sistema estadounidense resistió los embates anticonstitucionales de Nixon, pero por poco”. El affaire Watergate pone lastimosamente de relieve la frase de Pompidou: “Un político es un estadista que coloca la nación a su servicio”.

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